Matías había perdido
uno de sus pies en un accidente de tráfico, pongamos que el
izquierdo. No es que no se acordara de dónde lo había dejado, no,
hombre, no, es que debido a la colisión se le separó del resto de
la pierna y se le hizo pedazos y no hubo manera de reconstruirlo para
volver a unírselo.
Desde entonces, Matías
robaba pies. Le habían puesto uno ortopédico, muy bueno, que habían
creado ingenieros japoneses de la Toyota, pero no le molaba. Llegó a
obsesionarse bastante con este asunto, le gustaba tener muchos pies
diferentes para írselos cambiando cada día, o simplemente por el
afán de conseguirlos. Se colaba por las noches en las casas de la
gente y, mientras dormían, les cortaba el pie con una sierra láser
muy potente que le habían traído de Alemania. Sus víctimas nunca
se enteraban de nada, la sierra era muy eficaz y no hacía nada de
ruido ni dejaba nada de restos, y, a la vez que cortaba iba aplicando
una loción que hacía que la herida se curase en el acto, algo
parecido a la tirita esa que tienen algunas cuchillas de afeitar,
pero más fuerte, por lo que ni siquiera quedaba mancha de sangre
alguna. Los pobrecitos cuando se levantaban de la cama siempre se
caían, porque no contaban con esa superficie de apoyo de menos, con
esa sustracción de seguridad, ese favor a la ley de la gravedad, era
algo nuevo e inesperado para ellos, y muy gracioso y patético de
ver. Imaginaos que trabajáis en el departamento de seguridad de un
casino y que tenéis delante de vosotros un montón de pantallas de
esas que lo controlan todo, pero que en todas y cada una de ellas
están poniendo capítulos de Humor Amarillo, distintas pruebas; pues
bien, algo así es lo que se vivía por las mañanas en los barrios
por los que Matías había pasado la noche anterior. También le
robaba pies a los animales, dando lugar a escenas bastante ridículas
que dieron lugar a los vídeos más visitados y comentados en
Youtube.
Ostenta el dudoso récord
de ser la persona del mundo que ha ensayado con más bandas. Se las
ingeniaba para conseguir una copia de las llaves de los locales y
hacerse con todos los pies de micro, todos los pies de guitarra y
bajo, los pies de teclado, de platos, pies de altavoces, de
trompetas, saxos y trombones.
Profanaba iglesias, ermitas y catedrales para arrancarle los pies a cristos, vírgenes y santos, yendo más allá que el mismísimo Ramón Ramírez al cortarle también los pies al pobre perro de San Roque. Se apuntaba a todos los
clubs de escalada y alpinismo que se cruzaban por su camino, para
robar todos los pies de gato de sus compañeros. Robaba pies de
cámaras de todo tipo. Se volvió tan loco que entraba en los
videoclubs, mediamarkts y carrefours y robaba todos los ejemplares de
todas las películas de la saga American Pie.
Ahora, la gota que colmó
el vaso, la meada fuera de tiesto definitiva, tuvo lugar cuando le
dio por ponerse a robar pies de página y pies de fotos. Las
autoridades no actúan si amputas miembros a la ciudadanía, pero
atacar a la propiedad intelectual es algo que está por encima de
todo código ético y moral. Así que las autoridades actuaron, y lo
metieron al talego, unos cuantos años. Se le pasaría la tontería.